Los créditos de carbono son unidades de medida utilizadas para cuantificar la reducción, eliminación o compensación de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), como el dióxido de carbono (CO2), en la atmósfera. Estos créditos se generan a través de proyectos que buscan reducir las emisiones de GEI, como por ejemplo:
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Proyectos de energía renovable: Instalación de parques eólicos, paneles solares, plantas de energía hidroeléctrica o biomasa, que reducen la dependencia de combustibles fósiles y, por lo tanto, las emisiones de CO2 asociadas.
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Eficiencia energética: Implementación de tecnologías y prácticas que reducen el consumo de energía en edificios, industrias o procesos, lo que conlleva una menor emisión de gases de efecto invernadero por unidad de producción.
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Reforestación y forestación: Plantación de árboles en áreas previamente deforestadas o degradadas, lo que aumenta la captura de carbono a través de la fotosíntesis y la absorción de CO2 atmosférico.
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Proyectos de captura y almacenamiento de carbono: Implementación de tecnologías que capturan las emisiones de CO2 en procesos industriales o de generación de energía y las almacenan de forma permanente bajo tierra.
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Gestión de residuos: Proyectos que reducen las emisiones de metano (un potente gas de efecto invernadero) mediante la captura y el aprovechamiento del biogás generado por la descomposición de residuos orgánicos.
Cada crédito de carbono representa una tonelada métrica de CO2 u otra unidad equivalente de gases de efecto invernadero que se ha evitado, reducido o eliminado. Estos créditos se pueden comprar, vender o comerciar en mercados de carbono como parte de los esfuerzos para mitigar el cambio climático y cumplir con los objetivos de reducción de emisiones establecidos por los gobiernos o acuerdos internacionales, como el Protocolo de Kyoto o el Acuerdo de París. Las empresas que no pueden reducir sus propias emisiones pueden adquirir créditos de carbono para compensarlas, lo que se conoce como compensación de carbono.